“EL PERIODISMO DE SANGRE”
He tomado prestada la frase con que titulo este ensayo del numeral 4. Clandestino, en virtud de que con el título sintetizo el contenido del azaroso trabajo “Las llaves del periódico”, escrito a cuatro manos por los periodistas Carlos Mario Correa S. y Marco Antonio Mejía T.
Sorprendente me resulta que en nuestro medio un ciudadano se dé a la tarea de desarrollar su vocación periodística con la esperanza honda de ser alguien en la vida, alcanzando con pasmosa facilidad la de ser un indeseable, perseguido por opositores irracionales que se valen de cualquier medio para desaparecerlo por el solo hecho de manifestar su visión diferente de los hechos en detrimento de los criminales que lo acosan revólver en mano. Cuando supera todas las dificultades impuestas por la academia y su situación económica que han de abrirle las puertas para engancharse en algún trabajo que le permita la producción que su inteligencia y preparación garantizan como profesional, desconcertado descubre que se cierne como algo inherente a la naturaleza de su vocación, la amenaza inminente de la espada de Damocles que apunta certera y constantemente sobre su cabeza, suspendida en un hilo débil que apenas sí la sujeta con absoluta inseguridad. Desde ese mismo instante, su vida de periodista vale lo que implica la resistencia de esa espeluznante amenaza. ¿Huir? ¿A dónde? ¿Por qué? Más cómodo se me antoja morir que huir como quiera que la vida es una amenaza permanente dado que la muerte y la vida siempre andan juntas, de la mano podríamos decir. Pero es en el gatillo donde ella acelera su accionar…
Vale decir que el periodismo es un indefenso que se debate entre la verdad y la ética, que es vigilado por monstruos que tienen sus ojos en todas partes y en ninguna, porque nadie adivina quién puso su mirada sobre la humanidad del desprevenido y asustado periodista. El gobierno censura, el traficante somete, el delincuente común, apunta, los potentados lo comercializan, los colegas se envilecen, la academia calla; hasta la Iglesia lo ve como hereje… Pero es la pluma la que vence todas las adversidades y las perversidades que merodean en su entorno, porque “la pluma del escritor, no debe ser amarrada” como atina a decir el premio Nobel de la antigua Unión Soviética, Alexander Solzhenitsin. Y el periodista es escritor.
Por el asedio de los enemigos, es obligatorio que el periodista actúe clandestinamente como un delincuente, para poder sostener y sacar a la luz pública la verdad indiscutible de los hechos; esta actitud de aparente cobardía, no se parece en nada a la cobardía, ni a la indolencia, ni a la indiferencia de sus enemigos que se valen del poder que ostentan, cualquiera que sea. El gobierno censura temiendo sus críticas; el traficante somete para acallar la denuncia; el delincuente común apunta por un par de tenis de marca; los potentados comercializan, porque no es la noticia ni la información lo que interesa, sino lo producido económicamente con la venta dinámica de su producto; los colegas se envilecen, porque para evitar las dificultades que ello implica, ocultan la verdad y pisotean la ética; la academia calla, porque de su silencio hace coraza para protegerse de los ataques, formando con esa actitud periodistas pusilánimes, sin criterio ni sentido de responsabilidad; la Iglesia lo ve como hereje, porque la verdad y la ética, no se encasillan en sus credos, tal lo demuestra que “al finalizar los años sesenta aceptaron distribuir El Espectador, porque un sacerdote les dijo que el periódico ya había sido perdonado por las herejías que en el pasado había lanzado contra la Iglesia católica: sólo la pluma es imbatible precisamente porque de ella brotan como manantial indiferente la verdad y la ética que en últimas configuran la Libertad que tanto ambicionamos y que tantos muertos cobra y que tanto miedo nos da… ¿Qué importa que escondas los avisos publicitarios en el patio trasero de tu sede! ¡Qué importa! Tu palabra escrita es tu único soporte, tu único y convincente discurso… Eres la única dignidad que le queda a esta Patria que esos otros nos arrebataron hace muchos años, condenándola a la corrupción, a la ignorancia, al desempleo, al crimen en todos sus pelambres… De tus letras surgen “la fuerza, ganas de contar, de narrar, de escribir con soltura y libertad.” Porque quiérase o no, es el periodismo la verdadera historia contada por quienes verificaron los hechos en el momento oportuno, en el lugar de los hechos, en la fecha de los acontecimientos y con visión objetiva que no se sujeta en ningún caso a la visión oficial de las noticias, porque se precisan la veracidad, el respeto, la ética y el compromiso humanístico ante la comunidad y ante el medio para el cual se trabaja y especialmente, para con uno mismo como narrador de los episodios.
Ante tanta barbarie perpetrada por los diferentes actores del conflicto, en medio de la cual se expone constantemente el periodista, éste debe conservar la calma y enfrentar las dificultades, para que su información no se sobredimensione por las impresiones o, por el contrario, por las mismas impresiones carezca de contundencia, se note tímida y adolezca de imprecisiones que la deformen. El periodista tiene que ser convincente, mostrar carácter, tener criterio, aplicar el conocimiento, llegarle al público, enriquecer el periodismo, enaltecer al país, tener valor civil, ser un héroe de la Patria, estar comprometido con la sociedad a la cual le sirve, inclusive anteponiendo a su propia familia: casi que es un condenado a pena de muerte y tiene que aceptarla con valor y gallardía como si no ocurriese nada en contra suya. Sólo así podrá dar cuenta cabal y transparente de sus actos, de sus crónicas, de sus informaciones y con su ejemplo rectilíneo educar a la nación que en nuestro caso, se debate entre tantos males y la complicidad por cobarde omisión de una sociedad que no conoce su destino, sino que sumisa, obedece los mandatos por nefastos que sean o calla porque carece de compromiso social, justificando ello en un fácil y cómodo argumento, diciendo que “algo debía, puesto que lo mataron”. Ya con esta irresponsable frase, queda bien y libre de todo compromiso. ¿Será que nuestra sociedad si es apenas una montonera de personas que carecen de compatibilidad social? ¿Será que uno como ciudadano de este país carece del valor social que por naturaleza le corresponde? Si bien es cierto que el periodismo no necesita mártires, éstos se vuelven indispensables en el medio malvado en que les toca desempeñarse para llevar sus contradictorios y precipitados compromisos que oscilan entre la crueldad de unos hechos y la frivolidad de otros; es decir, informar una masacre y luego salir a transmitir un partido de fútbol, como si lo primero no lo hubiese afectado en su emoción y lo segundo fuese su primera noticia del día…
Como dice patéticamente el autor en La Casa Tomada: “Esa es parte de la ética del periodista: oírlos a todos, por lo tanto es un compromiso escuchar al que está investido de autoridad. Aunque con el tiempo me di cuenta de que ese lenguaje es el que menos aporta para contar lo ocurrido; incluso, cuando algo horrible ocurre, la respuesta es la misma en Segovia o en cualquier parte, como si tras las palabras estuviera el ánimo de aplacar la búsqueda de la verdad, de anteponer una versión de los hechos. En lo que dice el coronel del ejército, en lo que explica el comandante de la policía o el alcalde del pueblo, se encuentra lo mismo: el juicio apresurado: “A lo mejor tenían antecedentes”, “se está averiguando en qué estaban implicados”, “el ejército ya está ahí y no hay nada qué temer”. Pero no es así, las palabras no bastan, la gente está desesperada, temerosa; la calma no es otra cosa que una forma del miedo. En aquellas personas tocadas por la tragedia está todo el drama del sufrimiento del ser humano, el destrozo en las almas de los familiares y allegados, y en el pueblo en general los nervios alterados. Cualquier ruido crea un caos impresionante, de carrera, de pavor.” Por estas mismas razones, es el periodista quien después de visitar el lugar de los acontecimientos, de meterse al barro, de escuchar las versiones de las autoridades sin formar parte de sus juicios acomodaticios, de escuchar a las gentes temblorosas de miedo sin dejarse impresionar, etc., debe dar la información clara y precisa, acercándose hasta el máximo a los hechos sin inclinarse a ningún lado; siempre debe conservar el fiel de la balanza a fin de garantizar su credibilidad y prestigio y poder así dar fe de lo ocurrido a la sociedad que espera la información mesurada de los hechos. Ya que el periodista debe escribir con color, con sonido, con el impacto de las muertes.”
El periodismo tiene una dimensión tan grande en cualquiera sociedad moderna, que su ausencia es la ausencia misma del Estado, como quiera que en su lugar aparecen las mafias y los grupos al margen de la ley a llenar ese vacío en claro detrimento de la sociedad, en franco desafío al gobierno. De ahí el valor de El Espectador; un periódico que se ha caracterizado por su irrenunciable valor civil, por su ineludible responsabilidad social, por su entereza ante las más fuertes dificultades que lo hacen tambalear sin dejarse caer de la cima en que lo han puesto las fuerzas morales que le han dado su ser. Por ello, enfrentado desde hace más de una centuria a toda suerte de ataques, dificultades económicas, imposiciones de ciertos gerentes con inocultable estilo dictatorial frente a la empresa, pero con incondicionales rodillas ante los empresarios que lo compraron para hacerse más ricos con la frivolidad de sus páginas cargadas de amarillismo, de sortear escollos impuestos por la incompetencia de algunos empleados —no hago referencia a los periodistas— , de soportar los vetos impuestos por diferentes gobiernos como en el de Rojas Pinilla, de levantar erguidas sus cabezas sobre las bombas de la mafia, sin renegar de las herejías confeccionadas cuidadosamente por la Iglesia católica, etc., sin dejarse en fin apabullar por esa cantidad enorme de enemigos de toda clase, incluidos aquellos periódicos que nunca han enfrentado una cadena terrible de dificultades por pasar de agache ante una sucesión continua de problemas, vale decir evitando problemas eludiendo la fidelidad que se deben a sí mismos y la solidaridad que deben a sus colegas, buscando a toda costa esa comodidad para nada grata que brinda la cobardía o la complicidad en el mal. La vida azarosa de El Espectador le permite continuar a la vanguardia del periodismo latinoamericano y al lado de los periódicos más serios y profesionales del planeta. Eludir los problemas es más vergonzoso que afrontarlos hasta tocar la ruina propia; la conciencia es un abismo que cuando lo miramos, el vértigo nos empuja…
El periodista debe observar siempre una conducta diamantina, incorruptible, firme como la roca golpeada por las olas, que ni la tentación de la riqueza lo arrastre ni el miedo lo someta; carácter y valentía han de ser sus divisas más preciadas, porque su pulcritud en todos los aspectos no ha de admitir duda alguna. Pues la palabra pronunciada sino es subrayada por la conducta de quien la pronuncia, es discurso hueco, vacío, nada dice cuando informa, tampoco cuando denuncia; la cobardía no es admitida en el periodista. Pero sí la prudencia. Cuando el periodista autor de los escritos que originan este ensayo, se ocultaba en un edificio del centro de Medellín para cubrir los hechos no fue en cobarde por escudar su vida en el anonimato dado que continuó con su trabajo arriesgándolo todo; inclusive compartía sin saberlo el anonimato con el tristemente célebre “El Chopo” quien era su verdugo y lo andaba buscando. Quizá lo salvó que ninguno de los dos se conocían; pero compartían sin saberlo, la misma clandestinidad, aquel para cumplir su cometido; éste para continuar ejerciendo su profesión. La prudencia es altivez, es cautela, es saber a conciencia que su muerte está tras de sí y que no puede huir porque el compromiso se lo impide, su valor lo obliga y, sobre todo, porque por mucho que a la muerte se le huya, ella siempre anda infatigable e invariablemente con nosotros por doquier. Es inútil, pues, huir de un imposible. La muerte le seguía los talones, pero el osado periodista no lo sabía. Sus aventurados días transcurrieron desafiando entonces la muerte que dormía junto a su lecho. De ahí se desprenden los motivos por los que Pablo Escobar, el capo más famoso y terrible del mundo, pretendía acabar con el único diario que no se sometía a su poder, ni a sus bombas, ni a sus muertes. Nada podía contraer el nervio de la patria que se pulsaba desde las teclas de cada uno de sus periodistas. Para el capo eran molestas las palabras que escribiera su indeclinable director don Guillermo Cano en su “Libreta de apuntes”, donde sin temblar su pulso escribiera con desafiante fiereza: “Dónde están que no los ven, se sabe dónde, quiénes son y por dónde andan. Muchas gentes los ven pero los únicos que no ven o se hacen los que no los ven son los encargados de ponerlos, aunque sea transitoriamente, entre las rejas de una prisión”. Esta firmeza recuerda la bravura de don José María Vargas Vila que nunca se envileció a nadie, siempre denunció con entereza, jamás comprometió la verdad, tampoco pisoteó nunca la Libertad de su pluma a pesar de las persecuciones, de los destierros, de las consecuencias que ello le trajera. Ambos —Vargas Vila primero, don Gabriel Cano, después, entre otros, pocos por cierto— son hombres representativos de este país que ha vivido su independencia entre orgías de sangre, componendas debajo de la mesa, políticos arrodillados al imperio del Norte y bravíos para con su pueblo que sufre el peso de la bota militar a cambio de mejor calidad de vida.
Generalmente quienes ostentan algún poder, dejan caer a propósito algunas migajas de sus lujosas mesas para que el pueblo menesteroso perciba de ellos su generosidad y acepte sin ningún criterio que, a pesar de ser malvados, son personas buenas que no todo se lo quedan. El gobierno que trabaja para los ricos, impone en fingidas negociaciones, fingiendo ingentes esfuerzos, un salario mínimo que deja aguantando hambre a los obreros; la Iglesia haciéndole juego ignominioso a esta farsa vergonzosa, consuela al pueblo sometido con la falaz promesa de disfrutar eternamente de la gloria en la otra vida; el capo, después de llenar de sangre a su pueblo, construye barrios enteros y canchas de fútbol para suplir la necesidad de vivienda de los huérfanos que han quedado de sus bombas, inclusive, hasta acude presuroso a “ganarse” el perdón de la Iglesia haciendo inmensas donaciones para su sostenimiento, que agradecida le abre las puertas de su salvación desde acá de la tierra… Todos convierten esas infamias en obras de caridad cristiana para que los “beneficiados” se resignen con vergonzosa paciencia ante la canallada que los ha arruinado. Así posan de altruistas aquellos que han empobrecido a la nación mientras se quedan con el grueso del presupuesto unos; otros, con el producido de sus fechorías; unos terceros, se lucran de la generosidad ingenua de quienes esperan la justicia divina para disfrutar en el cielo todo lo que se les ha negado en esta vida miserable. Con esas extravagancias sientan cátedra de civismo, de justicia y bondad, permaneciendo ocultos ante la ignorancia de un pueblo ineducado, que no piensa con cabeza propia, porque la necesidad es la cadena invisible con que los sujetan quienes usurpan la dignidad social de su pueblo… En estas condiciones, cuando muere un político corrupto y de corte dictatorial, lo elevan a la categoría de ejemplo imperecedero para las nuevas generaciones; al cura más malo, pero exquisitamente camuflado, lo llevan a los altares; al capo, los pobres agradecidos le llevan flores a su tumba y piden a dios por la salvación de su alma. Pero al periodista… a Guillermo Cano, por ejemplo, le dinamitan hasta un busto que se levanta en su memoria en las vías públicas y plazas del país. Todos sabemos lo incómodo que resulta para aquellos que van en contravía con sus principios firmes y universales, imperecederos y efectivos, el recuerdo inmortal de un hombre que como Guillermo Cano, sí es de verdad un ejemplo indiscutible para las nuevas generaciones, dado el caso que es en el valor donde radica la inmortalidad histórica de los hombres representativos. Con razón decía Bertrand Russel que “la gente bien es la que tiene la mente sucia”. Pues bien, aquellos hombres “representativos” colmados por la necedad de invaluables atributos son gente bien; pero resulta enojoso que los delincuentes como Pablo Escobar o los Rodríguez Orejuela, los Castaño Gil o los cabecillas de la guerrilla sean solo delincuentes porque están disputando un poder a quienes lo ostentan políticamente. ¿Qué diferencia habrá, por dios, entre un delincuente de cuello blanco que arruina a una nación y que también asesina a ciudadanos y a periodistas que los ponen en apuros con alguna de sus crónicas y un narcotraficante que asesina a su pueblo para imponerse, matando también a los periodistas que los delatan con decidido valor civil? ¿Serán únicamente sus métodos? ¿Los diferencia acaso la legalidad de uno frente a la ilegalidad del otro? Todos ellos han hecho que el periodismo en nuestro mundo occidental sea la profesión más peligrosa del mundo, cuando no debería serlo sino únicamente en las guerras y no en las llamadas democracias… ¡Qué vergüenza que en aras de una farsa mal llamada Democracia se silencie a un periodista por el solo hecho de disentir del establecimiento legal o ilegal que se disputan el poder!
Me parece fundamental que quien asume el periodismo como su vocación indeclinable, tenga consciencia plena de lo que ello significa en su vida personal y en las consecuencias para la sociedad. Debe saber que, igual que el Ave Fénix de la fábula, sobre las ruinas debe erguirse soberbio, dejar testimonio que ni las propias cenizas lo someten, que la desaparición sistemática de periodistas no arredra a los sucesores, que la verdad se impone a costa de tenacidad, esfuerzo constante, firmeza, convicción y una voluntad inquebrantable. Que el heroísmo que surge de un periodista sacrificado, es el eslabón de una cadena interminable que vislumbra la esperanza de un mundo mejor, allá lejos en el siempre esquivo horizonte que conserva invariablemente la misma distancia, como confirmando aquello de que “la letra con sangre entra”, como antiguamente se creía y se impartía la instrucción en nuestras escuelas y colegios. Pero es en este caso específico que la letra con sangre entra, cuando es la sangre de un periodista la que es derramada para darnos su lección de entereza, de hondo sentido de la vida, del gran valor social que implica ser ciudadano pulcro en este medio nuestro contaminado por trampas de toda índole desde el bobo del pueblo que lo convierten en idiota útil de la fechoría de otros, hasta el político más encumbrado de nuestra más antigua democracia de América.
Las incomodidades, la intemperie, el peligro, el hambre, las jornadas interminables, son la constante que debe asumirse cuando se asume esta profesión que compromete las 24 horas del día de un hombre que sabe que su destino no tiene descanso, ni sosiego, ni paz familiar; ser periodista equivale a renunciar a todas aquellas comodidades que la vida nos depara a nosotros el común de las gentes. Ése y no otro, es el alto precio que se paga por tener semejante vocación en un mundo que debería mirarlos con admiración, respeto y consideración y no como un peligro para los peligrosos empotrados en algún poder que tiene la soberbia y la prepotencia como únicos patrones de conducta.
Para terminar, quiero dejar esta pregunta en el ambiente de los lectores, teniendo en cuenta que la creencia que tenemos en Occidente sobre la profesión más bella y peligrosa del mundo, debe ser revisada en virtud de que en Oriente donde aman la muerte por encima de la vida misma, el periodismo podría mirarse como “el camino más corto para alcanzar la gloria eterna”. Allí, insisto, la muerte es mirada como un bien supremo, mientras entre nosotros, es mirada con temor, como algo terrible e inaceptable. Entonces, insisto, cabe preguntarnos, ¿será el periodismo la profesión más peligrosa del mundo o de Occidente?
Me parece también que casi pudiéramos decir que, igual que ser periodista, es un peligro inminente ser colombiano en el mismo país donde todos vivimos en zozobra y ante el mundo donde somos mirados como sospechosos; especialmente si se es honrado, porque esa ingenuidad en que ha sido convertida la honradez, mantiene expósito e indefenso al ciudadano de bien que termina estorboso para quienes son corruptos. El haber nacido accidentalmente en este suelo, pedazo norte de Suramérica, ya es una amenaza por el sólo hecho de estar vivo; en este país de bárbaros a todos se nos ha negado el derecho de existir para morir naturalmente. La corrupción estatal con sus inadvertidas consecuencias para la población menos educada, el narcotráfico, los grupos armados al margen de la ley, la delincuencia común, son el caldo de cultivo donde transcurren nuestras vidas azarosas, donde el valor se ha invertido, y como el antiguo peso colombiano que se respaldaba en oro, el valor invertido se respalda en un arma o una ley confeccionada por delincuentes de cuello blanco, ostentando poder en lujosos vehículos y mansiones, en el poder que da la política y, por qué no, en la domesticidad apabullante de la feligresía.